Vamos por el mismo cielo

lunes, 19 de octubre de 2009

1:45 a.m.

A dos horas de su viaje. Se irá por seis días y cada uno escribiré algo, tal vez lo mucho que la extraño, lo mucho que la amo, tal vez lo primero que se me pase por la cabeza… Hace casi ya un año salimos. No fue la primera vez, pero fue un momento hermoso. Los dos mirando el horizonte en Larcomar, de la mano de un ángel dorado que me abrigaba con sus grandes alas y finas plumas y el sonido del arpa que nacía en sus labios para caer dormido en mis oídos. El fantasma de un beso que brotaría de un atardecer, sin puesta de sol, bañado en infinidad de árboles, edificios y aceras, un mes y medio después, para que días luego de eso cada mes y cada hora, cada día y segundo pase a ser eterno en la memoria que ella y yo compartimos. Hermoso y casi fantástico malecón, donde tras un abrazo se escondía el más noble intento de calmar un frío, de rodear como enredaderas a su pared yo a mi amada, a mi princesa (perdóname si suena cursi). Bendigo los días en que escribí versos y prosas a Ella, días, tardes, noches y madrugadas. Amaneceres, atardeceres, anocheceres y medias noches como esta; seis de la tarde, doce del día, tres de la mañana, un cuarto para las doce, cinco para las tres, diez para las seis. Sonido casi inaudible del lapicero tatuando el papel. Ojos que se cierran, pensamiento que vuela y se adormece, imagen de Ella sonriente cada vez más clara y mil sueños alineados para…

(Sonido de disparos).

viernes, 2 de octubre de 2009

Hermano.

[...]

Adrián siempre fue bueno conmigo. Jugábamos juntos en el malecón, salíamos a montar bicicleta, me enseñaba juegos, a jugar fútbol (nunca fui bueno como él). Cuando en la loza deportiva que quedaba por la casa me insultaban los mayores por no dar buenos pases, por dejar meter gol, por hacerlos perder, Adrián se paraba y decía: “¿Oe que chucha pasa con mi hermano ah?”. Siempre me defendía. Chibolo de mierda, me decían. Una vez a Adrián le dejaron el ojo derecho morado por mi culpa. Le pedí perdón todo el camino hacia la casa, pero él me decía: no te preocupes, está bien, se siente rico. Ve y dile a mamá que traiga hielo nomás y sus cremas. Ay hijito, ¿Qué te han hecho? Ya te he dicho que no te andes peleando con los de la cancha, un día te van a hacer algo peor. Miguelito, corre, tráeme mi bolso de cremas de mi cuarto, el que está al costado de la mesa de noche de mi lado de la cama. Corre, corre.

Desde la muerte de mamá nunca fue el mismo. No ingresó a la universidad. No tengo idea de qué pasaba por su cabeza en esos momentos. Siempre llegaba y se encerraba en su habitación. Cuando yo lo miraba desconcertado, me decía “¿Qué miras? ¿Tengo algo en la cara?” Yo, asustado y triste, bajaba mis ojos azules para encontrarme con mis zapatillas Nike, negras, viejas, con el típico Check blanco. Quería llorar, pero había escuchado tantas veces que los hombres no lloran… nunca había visto a Adrián llorar. Él si era un verdadero hombre. Yo, me sentía un niño tonto (En realidad, lo era). No era más que su sombra.

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