Vamos por el mismo cielo

domingo, 22 de noviembre de 2009

18.

No quiero crecer.

Pero así se dan las cosas. Así de rápido pasa el tiempo.

Quiero ir a Nunca Jamás.

Me siento mal. No sé en qué estoy pensando, pero... siento que hay algo importante. No sé, siento que hay algo que no sé, o quizás sí, pero a la vez no.

Puedo verme. Con hijos, o quizás uno, ninguno tal vez, adulto, trabajando, tal vez casado, con canas.

Muerto.

No me gusta crecer. No quiero crecer.

¿Después de esta vida, habrá algo?

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Cáncer.

[...]

Mi padre estaba en casa aquella noche. Adrián y yo veníamos de jugar en el malecón, estábamos cansados y sucios, sudados. Él más que nada, había corrido como loco para que ni yo ni los otros chicos lo atrapáramos. Era muy mayor para estar jugando con nosotros, pero lo hacía de todos modos. Me voy a bañar, dijo. No hubo respuesta de nadie. Mi padre daba vueltas por la sala, se sentaba, miraba el teléfono, se pasaba la mano por la cabeza cada vez más despoblada de cabello, suspiraba, se paraba y de nuevo lo mismo. Se quitó el saco azul noche que llevaba y se aflojó la corbata amarilla. La camisa a rayas, el pantalón elegante, zapatos perfectamente lustrados. Todo un hombre de negocios, mi padre. Mi siempre ausente padre. Por fin se decidió y marcó un número en el teléfono. Hablaba rápido y nervioso. Si, si, que vinieran rápido. Claro, si, tarjeta dorada. Dio la dirección de la casa y colgó. Sus manos una vez más recorriendo su frente hacia atrás, arrastrando su poco cabello. Se puso de pie, dejando un espacio hundido en el sofá de cuero color manjar blanco. Mamá vomitaba, la escuchaba desde la sala. Entonces mi padre iba rápido al cuarto. Vayan a dormir, nos decía, creyendo que no habíamos escuchado nada. Salía del cuarto con un balde en la mano, dirigiéndose a la cocina. Yo si escuché, pero no sé si Adrián. Él siempre estaba tranquilo, como para infundirme su confianza. Adrián y yo compartíamos la misma habitación en la casa. A oscuras, cada uno en su cama, tenía miedo. Habría jurado escuchar el sonido de una ambulancia viniendo. No escuché el timbre, sólo la puerta abrirse. Voces y más voces. Quería levantarme y salir del cuarto, pero tenía órdenes de mi padre de quedarme ahí. Además, si lo hacía, Adrián me diría que no. Las sombras de los árboles que invadían la blanca habitación me daban miedo, la televisión apagada, el sonido del mar bailando en la noche con la arena y las piedras, el viento, el armario entreabierto, la puerta cerrada…

[...]

lunes, 19 de octubre de 2009

1:45 a.m.

A dos horas de su viaje. Se irá por seis días y cada uno escribiré algo, tal vez lo mucho que la extraño, lo mucho que la amo, tal vez lo primero que se me pase por la cabeza… Hace casi ya un año salimos. No fue la primera vez, pero fue un momento hermoso. Los dos mirando el horizonte en Larcomar, de la mano de un ángel dorado que me abrigaba con sus grandes alas y finas plumas y el sonido del arpa que nacía en sus labios para caer dormido en mis oídos. El fantasma de un beso que brotaría de un atardecer, sin puesta de sol, bañado en infinidad de árboles, edificios y aceras, un mes y medio después, para que días luego de eso cada mes y cada hora, cada día y segundo pase a ser eterno en la memoria que ella y yo compartimos. Hermoso y casi fantástico malecón, donde tras un abrazo se escondía el más noble intento de calmar un frío, de rodear como enredaderas a su pared yo a mi amada, a mi princesa (perdóname si suena cursi). Bendigo los días en que escribí versos y prosas a Ella, días, tardes, noches y madrugadas. Amaneceres, atardeceres, anocheceres y medias noches como esta; seis de la tarde, doce del día, tres de la mañana, un cuarto para las doce, cinco para las tres, diez para las seis. Sonido casi inaudible del lapicero tatuando el papel. Ojos que se cierran, pensamiento que vuela y se adormece, imagen de Ella sonriente cada vez más clara y mil sueños alineados para…

(Sonido de disparos).

viernes, 2 de octubre de 2009

Hermano.

[...]

Adrián siempre fue bueno conmigo. Jugábamos juntos en el malecón, salíamos a montar bicicleta, me enseñaba juegos, a jugar fútbol (nunca fui bueno como él). Cuando en la loza deportiva que quedaba por la casa me insultaban los mayores por no dar buenos pases, por dejar meter gol, por hacerlos perder, Adrián se paraba y decía: “¿Oe que chucha pasa con mi hermano ah?”. Siempre me defendía. Chibolo de mierda, me decían. Una vez a Adrián le dejaron el ojo derecho morado por mi culpa. Le pedí perdón todo el camino hacia la casa, pero él me decía: no te preocupes, está bien, se siente rico. Ve y dile a mamá que traiga hielo nomás y sus cremas. Ay hijito, ¿Qué te han hecho? Ya te he dicho que no te andes peleando con los de la cancha, un día te van a hacer algo peor. Miguelito, corre, tráeme mi bolso de cremas de mi cuarto, el que está al costado de la mesa de noche de mi lado de la cama. Corre, corre.

Desde la muerte de mamá nunca fue el mismo. No ingresó a la universidad. No tengo idea de qué pasaba por su cabeza en esos momentos. Siempre llegaba y se encerraba en su habitación. Cuando yo lo miraba desconcertado, me decía “¿Qué miras? ¿Tengo algo en la cara?” Yo, asustado y triste, bajaba mis ojos azules para encontrarme con mis zapatillas Nike, negras, viejas, con el típico Check blanco. Quería llorar, pero había escuchado tantas veces que los hombres no lloran… nunca había visto a Adrián llorar. Él si era un verdadero hombre. Yo, me sentía un niño tonto (En realidad, lo era). No era más que su sombra.

...

martes, 29 de septiembre de 2009

Fragmento.

Es solo el comienzo de algo que he empezado.



Los años han pasado.

Es curioso. Veo el atardecer todos los días de verano y siento que es lo mismo. Me levanto del césped y siento mi cuerpo más pesado. Un suspiro vuela y se pierde. Se pierde en las infinitas aguas del fuerte viento que corre en el malecón de Magdalena.

Día domingo. Muchos parapentistas se reúnen. Adultos con sus hijos volando aviones a control remoto, surcando los pequeños, pero a la vez infinitos, espacios del cielo que se contrae cada vez más según el alcance del control. Hay parapentes marrones, verdes, rojos… hay niños blancos, morenos, altos, bajos, rubios, castaños, lacios y ondulados.

Meto la mano al bolsillo de mi viejo jean, raído, gastado. Mis dedos nadan hasta encontrarse con una cajetilla. Lucky Strike. Me llevo un cigarro a la boca. Lo prendo. Pienso… pienso y recuerdo. Me recuerdo. Los padres volando cometas con sus hijos, niños jugando trompo en las esquinas y en la zona cercana a la estatua que se alza imponente, mirando el horizonte. Yo, espectador. Nada más. Papá se fue lejos, Miguelito. Si se, cuando regrese vas a jugar con él, anda corre con los otros chicos. ¿Una carta? Si… yo se la mando, mi amor. Anda preciosura, juega tranquilo. Vienes a tomar tu leche.

...

Nuevo blog

He creado un nuevo blog, más personal y a la vez menos personal. Si bien no acostumbro publicar frecuentemente algunas cosas que escribo (no me convencen tanto varias de ellas), trataré de hacerlo. No se si considerarme un buen poeta o mal poeta, o quizás no un poeta del todo. ¿Escritor, narrador? No lo sé. Creo que no es el momento para pensarlo. Termino esta breve introducción aquí.