Vamos por el mismo cielo

viernes, 2 de octubre de 2009

Hermano.

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Adrián siempre fue bueno conmigo. Jugábamos juntos en el malecón, salíamos a montar bicicleta, me enseñaba juegos, a jugar fútbol (nunca fui bueno como él). Cuando en la loza deportiva que quedaba por la casa me insultaban los mayores por no dar buenos pases, por dejar meter gol, por hacerlos perder, Adrián se paraba y decía: “¿Oe que chucha pasa con mi hermano ah?”. Siempre me defendía. Chibolo de mierda, me decían. Una vez a Adrián le dejaron el ojo derecho morado por mi culpa. Le pedí perdón todo el camino hacia la casa, pero él me decía: no te preocupes, está bien, se siente rico. Ve y dile a mamá que traiga hielo nomás y sus cremas. Ay hijito, ¿Qué te han hecho? Ya te he dicho que no te andes peleando con los de la cancha, un día te van a hacer algo peor. Miguelito, corre, tráeme mi bolso de cremas de mi cuarto, el que está al costado de la mesa de noche de mi lado de la cama. Corre, corre.

Desde la muerte de mamá nunca fue el mismo. No ingresó a la universidad. No tengo idea de qué pasaba por su cabeza en esos momentos. Siempre llegaba y se encerraba en su habitación. Cuando yo lo miraba desconcertado, me decía “¿Qué miras? ¿Tengo algo en la cara?” Yo, asustado y triste, bajaba mis ojos azules para encontrarme con mis zapatillas Nike, negras, viejas, con el típico Check blanco. Quería llorar, pero había escuchado tantas veces que los hombres no lloran… nunca había visto a Adrián llorar. Él si era un verdadero hombre. Yo, me sentía un niño tonto (En realidad, lo era). No era más que su sombra.

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1 comentario:

  1. Siempre me gustaron este tipo de historia, desde la visión de un niño todo un universo familiar. Anoche vi una peli israelí titulada "Las tragedias de Nina" que me gustó bastante y es desde el mismo enfoque, desde los ojos de un niño que nos narra...

    Besos

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